En recuerdo del Didimio

Hoy, día ocho de febrero de 2016, se conmemora el ciento noventa y dos aniversario del nacimiento de Dimitri Mendeleiev. Para la efeméride busqué, entre los viejos libros de mi colección, el “Elementos de Química” de Eduardo Lozano, editado en 1895. Siendo un niño, este “misterioso” libro, despertó mi la curiosidad por conocer los secretos que se escondían tras aquellas extrañas fórmulas y leyes, llevándome de su mano al fascinante mundo de las ciencias.

Publicado en cuarta edición, veintiséis años después de la primera edición del “Principios de la Química”, entre sus páginas me encontraría una de las primeras tablas periódicas de la historia. Entre los elementos químicos catalogados en la serie de Mendeleiev de aquel entonces, había uno al que se le había asignado un puesto de honor en el grupo III y el puesto 147 dentro de los pesos atómicos, el Didimio. Posición de honor desde la que, tal elemento, pudo disfrutar durante algo más del medio siglo que mantuvo su gloria junto a elementos tales como el Lantano y el Cerio. Un lugar desde el que pudo contemplar la evolución científica de una época, para luego quedar relegado al olvido en el rincón de las curiosidades científicas.

Su llegada, gloria y declive, marcaron la evolución de las ciencias experimentales durante el siglo XIX. Dicha carrera, da inicio cuando Dalton enuncia su teoría atómica. John Dalton, definió a los elementos químicos como sustancias que no podían ser descompuestas en otras más sencillas. Cada uno de estos elementos, se le suponía ligado a un tipo de átomo y a un peso atómico determinado. Estos átomos indivisibles propuestos por Dalton, tan solo se podían combinar entre si y en relación a los números enteros de la Ley de Proporciones Múltiples, desarrollada por él mismo en 1808. El conocimiento de esta ley por la comunidad, haría posible idear combinaciones, que luego podrían ser comprobadas por los métodos experimentales del momento.

Métodos experimentales tales como el de solubilidad, o el de precipitación ácido/base, hicieron posible el aislamiento de nuevas sustancias que, junto al desarrollo de las técnicas de análisis espectroscópico, abrirían nuevos caminos para la identificación y clasificación de nuevos elementos simples contenidos en los minerales. Con estas nuevas técnicas muchos químicos, Berzelius, entre ellos, se lanzaron a la búsqueda de nuevos elementos simples desde América, hasta Europa. Berzelius, que logro perfeccionar estos métodos de análisis químico, descubrió el Selenio, el Torio y el Cerio. Siendo él, el primero, en aislar el Silicio, el Circonio y el Titanio contenidos dentro de los minerales que eran extraídos en las minas próximas a Ytterby.

En estas minas, se encontraron óxidos de una estabilidad tan alta que llegaron a ser confundidos con verdaderos elementos simples por los métodos de análisis de los que, en aquel entonces, se disponía. Llegando, algunos de estos compuestos, a alcanzar el privilegio de ser poseedores de su propio símbolo, de su propio peso atómico y de sus propias valencias. Entre otras aportaciones que Berzelius hizo a la química moderna, se encuentra la de haber reemplazado los símbolos cuasi-alquímicos que Dalton les había asignado a los elementos conocidos en su época, por otros más acordes para una nueva era de progresos.

A finales del XVIII, Jhoan Gadolin, identificaba el óxido de un extraño metal en un silicato oscuro que le había llegado de las minas de Ytterby. Óxido al que llamo Ytria en honor a las minas en donde había sido hallado. Aquel oscuro mineral, perteneciente a los ortosilicatos y que posteriormente fue llamado Gadolinita en honor a Gadolin, traería consigo el descubrimiento de nuevos elementos simples entre sus componentes, entre ellos, el Didimio.

Entre los compuestos que formaban la Gadolinita, Berzelius y Hisinger, lograrían separar un nuevo óxido al que llamarían Cerio, en mención al descubrimiento del planeta enano Ceres dos años antes. Uno de los alumnos de Berzelius fue Gustaf Mosander, con quien Berzelius mantendría una relación personal y profesional, y a quien este haría de hacer interesarse hacia el estudio de las tierras raras.

Mosander, aplicando el análisis por acidificación y precipitación sobre el cerio, consiguió aislar en 1839 el Lantano, para cuyo nombre tomo término griego “oculto” y en 1841 el Didimio, cuyo nombre griego significa “gemelo” se dice que por su semejanza al Lantano. Tiempo después, Mosander, descubriría también el Erbio y el Terbio.

Nuestro Didimio, ya había adquirido un lugar de honor entre el selecto grupo de los elementos simples. Lugar en donde se mantuvo hasta su ocaso a finales del XIX. Con tan honorable lugar dentro de la tabla periódica, su propio símbolo era Di, atribuyéndosele un peso atómico de 147 y su propia valencia. Valencia que, como elemento simple del entonces, determinaría sus posibles combinaciones con otras sustancias químicas. No fue el Didimio la única de las sustancias que, por el error de precisión de los medios de análisis de que entonces se disponía, tuvieron su oportunidad para brillar en el universo de los elementos simples. Fueron muchos los que entraron para brillar y salieron para ser olvidados a medida de que los aparatos y técnicas de análisis mejoraban su precisión. Aunque, el Didimio, perduró sobre todos ellos durante años.

Con las mejoras que, sucesivamente, se iban dando en la precisión de los métodos de análisis, el Didimio comenzaba a ver peligrar la honorable posición que poseía en compañía del Lantano y del Cerio. El primero en asestar un primer varapalo a la existencia del Didimio, fue el químico suizo Delafontaine. En 1878, treinta años después de que Mosander falleciese con la plena convicción de que, tal compuesto, era un elemento tan simple como cualquiera de los otros elementos descubiertos por él, Delafontaine, creyó haber descubierto un nuevo cuerpo simple dentro del Didimio al que llamo Decipio.

Poca fue la permanencia del “engañoso” Decipio como elemento. Una continua sucesión de aislamientos de nuevas sustancias que luego volverían a ser desdobladas en otras se sucedieron hasta 1885. Fecha en la que, el químico Carl Auer, usando la cristalización fraccionada, aisló el Neodimio y el Praseodimio. Descompuesto en otras nuevas sustancias, los tiempos de gloria del Didimio habían tocado su fin aunque, en la tabla de mi libro, aun figuraban ambos compuestos como tales en 1895. Su nacimiento, gloria y ocaso macó, a través de una época de continua evolución de los medios y métodos de investigación, determinó el progreso de las ciencias experimentales a lo largo del siglo XIX

Desde el origen

Hoy, día ocho de febrero de 2016, se conmemora el ciento noventa y dos aniversario del nacimiento de Dimitri Mendeleiev. Para la efeméride busqué, entre los viejos libros de mi colección, el “Elementos de Química” de Eduardo Lozano, editado en 1895. Siendo un niño, este “misterioso” libro, despertó mi la curiosidad por conocer los secretos que se escondían tras aquellas extrañas fórmulas y leyes, llevándome de su mano al fascinante mundo de las ciencias.

Publicado en cuarta edición, veintiséis años después de la primera edición del “Principios de la Química”, entre sus páginas me encontraría una de las primeras tablas periódicas de la historia. Entre los elementos químicos catalogados en la serie de Mendeleiev de aquel entonces, había uno al que se le había asignado un puesto de honor en el grupo III y el puesto 147 dentro de los pesos atómicos, el Didimio. Posición de honor desde la que, tal elemento, pudo disfrutar durante algo más del medio siglo que mantuvo su gloria junto a elementos tales como el Lantano y el Cerio. Un lugar desde el que pudo contemplar la evolución científica de una época, para luego quedar relegado al olvido en el rincón de las curiosidades científicas.


Su llegada, gloria y declive, marcaron la evolución de las ciencias experimentales durante el siglo XIX. Dicha carrera, da inicio cuando Dalton enuncia su teoría atómica. John Dalton, definió a los elementos químicos como sustancias que no podían ser descompuestas en otras más sencillas. Cada uno de estos elementos, se le suponía ligado a un tipo de átomo y a un peso atómico determinado. Estos átomos indivisibles propuestos por Dalton, tan solo se podían combinar entre si y en relación a los números enteros de la Ley de Proporciones Múltiples, desarrollada por él mismo en 1808. El conocimiento de esta ley por la comunidad, haría posible idear combinaciones, que luego podrían ser comprobadas por los métodos experimentales del momento.


Métodos experimentales tales como el de solubilidad, o el de precipitación ácido/base, hicieron posible el aislamiento de nuevas sustancias que, junto al desarrollo de las técnicas de análisis espectroscópico, abrirían nuevos caminos para la identificación y clasificación de nuevos elementos simples contenidos en los minerales. Con estas nuevas técnicas muchos químicos, Berzelius, entre ellos, se lanzaron a la búsqueda de nuevos elementos simples desde América, hasta Europa. Berzelius, que logro perfeccionar estos métodos de análisis químico, descubrió el Selenio, el Torio y el Cerio. Siendo él, el primero, en aislar el Silicio, el Circonio y el Titanio contenidos dentro de los minerales que eran extraídos en las minas próximas a Ytterby.


En estas minas, se encontraron óxidos de una estabilidad tan alta que llegaron a ser confundidos con verdaderos elementos simples por los métodos de análisis de los que, en aquel entonces, se disponía. Llegando, algunos de estos compuestos, a alcanzar el privilegio de ser poseedores de su propio símbolo, de su propio peso atómico y de sus propias valencias. Entre otras aportaciones que Berzelius hizo a la química moderna, se encuentra la de haber reemplazado los símbolos cuasi-alquímicos que Dalton les había asignado a los elementos conocidos en su época, por otros más acordes para una nueva era de progresos.


A finales del XVIII, Jhoan Gadolin, identificaba el óxido de un extraño metal en un silicato oscuro que le había llegado de las minas de Ytterby. Óxido al que llamo Ytria en honor a las minas en donde había sido hallado. Aquel oscuro mineral, perteneciente a los ortosilicatos y que posteriormente fue llamado Gadolinita en honor a Gadolin, traería consigo el descubrimiento de nuevos elementos simples entre sus componentes, entre ellos, el Didimio.


Entre los compuestos que formaban la Gadolinita, Berzelius y Hisinger, lograrían separar un nuevo óxido al que llamarían Cerio, en mención al descubrimiento del planeta enano Ceres dos años antes. Uno de los alumnos de Berzelius fue Gustaf Mosander, con quien Berzelius mantendría una relación personal y profesional, y a quien este haría de hacer interesarse hacia el estudio de las tierras raras.


Mosander, aplicando el análisis por acidificación y precipitación sobre el cerio, consiguió aislar en 1839 el Lantano, para cuyo nombre tomo término griego “oculto” y en 1841 el Didimio, cuyo nombre griego significa “gemelo” se dice que por su semejanza al Lantano. Tiempo después, Mosander, descubriría también el Erbio y el Terbio.


Nuestro Didimio, ya había adquirido un lugar de honor entre el selecto grupo de los elementos simples. Lugar en donde se mantuvo hasta su ocaso a finales del XIX. Con tan honorable lugar dentro de la tabla periódica, su propio símbolo era Di, atribuyéndosele un peso atómico de 147 y su propia valencia. Valencia que, como elemento simple del entonces, determinaría sus posibles combinaciones con otras sustancias químicas. No fue el Didimio la única de las sustancias que, por el error de precisión de los medios de análisis de que entonces se disponía, tuvieron su oportunidad para brillar en el universo de los elementos simples. Fueron muchos los que entraron para brillar y salieron para ser olvidados a medida de que los aparatos y técnicas de análisis mejoraban su precisión. Aunque, el Didimio, perduró sobre todos ellos durante años.


Con las mejoras que, sucesivamente, se iban dando en la precisión de los métodos de análisis, el Didimio comenzaba a ver peligrar la honorable posición que poseía en compañía del Lantano y del Cerio. El primero en asestar un primer varapalo a la existencia del Didimio, fue el químico suizo Delafontaine. En 1878, treinta años después de que Mosander falleciese con la plena convicción de que, tal compuesto, era un elemento tan simple como cualquiera de los otros elementos descubiertos por él, Delafontaine, creyó haber descubierto un nuevo cuerpo simple dentro del Didimio al que llamo Decipio.


Poca fue la permanencia del “engañoso” Decipio como elemento. Una continua sucesión de aislamientos de nuevas sustancias que luego volverían a ser desdobladas en otras se sucedieron hasta 1885. Fecha en la que, el químico Carl Auer, usando la cristalización fraccionada, aisló el Neodimio y el Praseodimio. Descompuesto en otras nuevas sustancias, los tiempos de gloria del Didimio habían tocado su fin aunque, en la tabla de mi libro, aun figuraban ambos compuestos como tales en 1895. Su nacimiento, gloria y ocaso macó, a través de una época de continua evolución de los medios y métodos de investigación, determinó el progreso de las ciencias experimentales a lo largo del siglo XIX